A Dios también le gusta el porno


Por Sebastián Díaz López

Sí, señores, a Dios también le gusta el porno. Esto está claramente plasmado cuando vi a los vendedores de películas pornográficas que se hacen al costado izquierdo de la Iglesia de la Candelaria, a pocos pasos de la Estación Parque Berrío del Metro de Medellín.

Una imagen que choca con el sermón de los domingos del padre, de las ventas de relojes y lociones que comparten la misma zona comercial. Y de los conservadores godos que por años han manifestado su desacuerdo ante semejante manifestación laboral.

La plazoleta del Parque Berrío es un lugar único en su género -o bueno, casi único, también está el Parque Bolívar, a dos cuadras del de Berrío-. Por eso, y como ha sido costumbre en la cultura colombiana, este parque fue bautizado bajo el apellido del expresidente del entonces Estado Soberano de Antioquia, Pedro Justo Berrío, político conservador que participó en la guerra civil de 1864, con la que ganó la Presidencia.

Hablo de esas viejas guerras civiles que enfrentaba a las ideologías conservadoras y liberales. Guerras en las que sí valía la pena sacar machete para defender los intereses del pueblo; guerras que incitaban a los hombres a irse por una ideología o por la otra; guerras que, entre otras cosas, causaron que los pobres se hicieran más pobres y los ricos cada vez más ricos, más terratenientes, más dueños de ese estado federal.

El Parque Bolívar no es un estado, pero es el reflejo de una guerra civil muy parecida a la de 1812 entre los centralistas y deferalistas: el Gobierno le construyó al parque una de las estaciones del Metro y no le ha querido tumbar la Iglesia de la Candelaria terminada en 1776 (aunque no cantemos victoria porque en el momento lo que le interesa es tumbar el Tairona) y la empresa privada llegó a la plazoleta y puso varias sedes, una de ellas, Flamingo.

Sin embargo, esas guerras entre una especie paria de centralistas y federalistas, dejaron en la mitad del plomo a esos residuos de las guerras civiles, esos que no han tenido la oportunidad de gozar de los derechos que promulgaron cartas políticas como la de 1886 que supuestamente se los devolvió constitucionalmente a más de la mitad de los ciudadanos del país y que, en virtud de que por casi 105 años no se cumplió con ese pacto, decidieron reformularla en 1991. Y con esta sí.

Pero ese pacto tampoco cumplió y esos residuos andan por ahí desempleados, unos mejores que otros, como los vendedores de películas porno, otros que es mejor no hablar de ellos. Sin embargo, esos desempleados siempre están a la espera de que llegue un dirigente, ojalá de la mano de Dios, que sea capaz de saciar sus necesidades y que les devuelva lo que les arrebataron por culpa de 200 años de guerra, por más de 200 años de desigualdad.

Y como ellos siguen siendo los mismos campesinos destinados a domar la tierra y a ser sometidos, tienen que subsistir de alguna forma mientras hacen uso de su voto para elegir a los gobernantes que van a erradicar la pobreza. Pero, sin previo aviso, avalan estudios que muestran que hay menos pobres, ya que el colombiano que gane 700.000 mil pesos al mes ya no se considera pobre, ya es rico; su sueldo debe alcanzar para los suplir los derechos que el Gobierno no le quiso dar.

También debe alcanzar para tanquear su automóvil de gasolina -si es que tiene- porque los ganadores de esa guerra civil, que devengan sueltos un poco más grandes no tienen con qué tanquear su carro, es el pueblo quien lo debe hacer. O sino ¿para qué están, pues, los sometidos?

Todos esos dirigentes, proclamadores de guerras civiles y redactores de cartas constitucionales, los hemos elegido nosotros. Son hijos de Dios, fiel representación de Él y hermanos de nosotros, así la desigualdad esté marcada. Dios nos dio el poder de elegir a buenos y malos gobernantes. Y como nadie se puede quedar sin pan para alimentarse, el Señor le entregó a unos pornografía para vivir, por eso es que a Dios también le gusta el porno.

Además, no se asusten si los que tienen el poder acaban con los vendedores ambulantes, incluyendo a los de porno, porque como van las cosas, también acabará con la Iglesia y sus alrededores donde venden su mercancía.

Todo eso para construir un hotel de seis estrellas y romper con este Estado democrático, federalista y/o centralista -¡o quién carajos sabe!-, pues vendrán las multinacionales y seremos todos colonizados. De esa manera finalizará la pelea entre feligreses, el párroco y los vendedores de películas pornográficas. Y no es nada raro que el futuro hotel lleve el apellido del gobernante que permitió la construcción.

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