Interior del cementerio de San Pedro de los Milagros. |
Por Jessica Andrea
Guerra Escobar
Lo
ha visto y lo ha escuchado todo: cadáveres llenos de gusanos, momias, muñecos
de vudú entre ataúdes… Incluso voces que deben ser de ultratumba… Jairo Alberto
Sosa Gutiérrez, sepulturero del municipio de San Pedro de los Milagros, habla
de este oficio donde su compañera diaria es la muerte.
“La
semana pasada encontré dentro de un ataúd otro ataúd más pequeño. Este tenía
tres muñecos adentro y estaban amarrados. Pero no solo son muñecos,
lastimosamente también hay frascos con nombres propios, velas enterradas o pedazos
de prendas marcados”, comenta el sepulturero.
Jairo
Alberto heredó su oficio de su padre, José Heriberto Sosa Gómez, quien trabajó
allí 28 años, hasta el día de su muerte. Él siempre le colaboró, fue su alumno.
Jairo hoy tiene 60 años y ya lleva 21 de sepulturero. Y aunque dice que este
nunca fue su sueño, pues antes había trabajado en el Municipio y
luego en Colanta, cuando su padre murió se fue a ensayar y se quedó ensayando.
Cuando
asumió este empleo estaba lleno de miedo, pero que con todo lo que ha visto
nada le parece anormal ahora. Por ejemplo, él dice que hay mucha gente malintencionada
que se mete a profanar las tumbas y que en el Mes de las Ánimas (noviembre) se
siente la gente rezar, pero cuando se mira no hay nadie. Es más, mucha gente
sale corriendo. Y con una sonrisa agrega: “Aunque la verdad yo ya estaba
preparado, me había mentalizado”.
El
Día de las Ánimas (2 de noviembre) el cementerio San Pedro de los Milagros está
atestado de gente, la que durante todo el día reza, incluso cuando ya se ha
cerrado.
Este
cementerio es un lugar frío y hostil. Ahora está divido en dos, una parte
carcomida por el paso inclemente de los años y por las obras que allí se están
adelantando, y la otra compuesta por las nuevas bóvedas y osarios que se
construyen.
Jairo
recuerda con nostalgia al animero del pueblo. Su nombre es Milagros Zapata y
durante muchos años sagradamente el mes de noviembre iba al cementerio
alrededor de las 12 p.m. para sacar a las almas y luego tocaba una campana que
retumbaba en las solitarias calles pidiendo un padrenuestro.
Jairo
comenta que una vez de joven se lo encontró y que salió corriendo “como alma
que lleva el diablo”. Hoy ya no queda nada de esta tradición ya que Milagros se
fue a vivir a Medellín.
Experiencias no muy
comunes
“Sabe
qué, quiere que le cuente algo –dijo– yo he hecho varias exhumaciones y por lo
general son desde los seis meses en adelante, pero hace poco me tocó hacerla de
un cadáver que tenía 20 días de enterrado. Saqué el cuerpo junto con otras personas
de una funeraria. Esa imagen la tengo muy fresquita, era un hombre y por su
piel ya comenzaban a brotar los gusanos, como si estuvieran hirviendo, que
parecían de los de la guayaba y el zapote. El olor que expelía era asqueroso y
daba escalofrío de solo mirar”.
“Aunque,
la verdad, lo que acabo de contar no es nada en comparación de lo que he hecho
–agregó-. En mi vida he tenido que enterrar a miembros de mi propia familia. Yo
enteré a mi papá, a un hermano, a varios primos y además les saqué los restos, como
también le tocó a mi papá”.
Ataúd recién sacado. En el interior aún tiene ropa del finado. |
“Pero
lo más duro y no miento -hizo un gesto de tristeza y a la vez de rabia,
mientras abría la sombrilla por la lluvia que empezaba a caer- fue tener que raptar,
porque sí se puede decir que rapté, lo que quedaba de mi papá”.
“Mire,
yo le digo como fue. El día antes de que tuviera que sacarle los restos a mi padre,
me fui por la noche para el cementerio porque lo querían enterrar con mi
madrastra y no con mi mamá, como él así lo quería. Y le saqué los restos, los
metí en una tula y los puse a los pies de la tumba de mi mamá. Cuando llegaron
al otro día yo ya estaba organizando la herramienta porque había acabado de
terminar. Desde entonces, no me hablan los familiares de mi madrastra”.
Seguía
lloviendo y a pesar de eso Jairo continuaba en su oficio. Estaba limpiando sus
herramientas compuestas por cuchillos, serruchos, palustres, tapabocas,
guantes, overoles, picos y palas. Él había acabado de desenterrar a un hombre
que estaba allí desde el año 1800, pues su tumba estaba en muy mal estado.
“Hay
muchos cuerpos que salen enteros y parecen momias, pero no de esas envueltas en
tela –sonrió– sino que se preservan mucho y salen con el cuerito seco. Cuando
sucede esto, yo cojo los huesos y los parto en pedacitos. ¿A qué se debe esto?
Lo que pasa es que aquí en San Pedro, por ser un clima tan frío, los cadáveres
se deben desenterrar a los cinco años y si son niños depende de la edad que
tengan”.
“Algo
que a mí si me pueda doler –dijo, mientras echaba cemento a una bóveda de un
difunto que acababa de enterrar, junto a otros cuatro más– es que dejen a los
niños que se mueren abandonados, porque eso es lo que sucede en la mayoría de
los casos –paró por una de las moscas que empiezan a llegar cuando hay una
lápida fresca; después de un minuto continuó– por lo que me toca sacarlos y
arrojarlos a la fosa común. Eso da una tristeza...”
“Pero
no más que la rabia que me dio a mí y a uno de los curas de aquí de la iglesia,
cuando nos encontramos varios muñecos de vudú y un montón de brujería”, dijo
Jairo bastante enfurecido.
Las
palabras del cura no dieron espera, al otro día, en la misa de las 10 de la
mañana, dio un sermón en el que pedía explicaciones y responsables, agregando
que cómo era posible que en un pueblo tan católico se vieran semejantes casos
de hechicería y que, además, estaba muy decepcionado de toda la población.
Radio que siempre está ahí sintonizado en Estrella Stéreo. |
Algo
muy peculiar en el ambiente del cementerio es que a pesar del frio y muchas
veces la lluvia, hay un detalle que es imposible no reparar. Se trata de un
radiecito propiedad de Jairo que durante el tiempo que ha trabajado allí lo ha
acompañado siempre. Este, todos los días, está sintonizado en Estrella Stéreo y
lo más extraño es, en palabras del mismo Jairo, “nunca se lo han robado: será
que a las ánimas les gusta”.
“Una
vez casi me separo –dice riéndose– porque cuando yo me casé con mi esposa yo
todavía no era sepulturero. Eso sí que le chocó, tan solo con decirle que me
hacía bañar por todo, para desayunar, almorzar, comer y dormir. No me dejaba
tocarla sino después de tres baños. Pero ahora hasta me ayuda”.
“Hoy
yo no sé quién va a seguir con la tradición, ya que solo tengo hijas mujeres y
seis nietos, pero ellos están muy pequeños y mis hijas no pueden porque son
mujeres. Mentiras, de pronto sí hay alguien que me pueda seguir, mi nietecito
mayor que muchas veces me dice: “Papito, papito, cuando usted se muera o lo
echen, yo voy a reemplazarlo’.”
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