Las tribulaciones de Alcira Arias

Por Daniel Soto Gómez



Eran las nueve de la mañana del 31 de octubre, un día gris como los que han acompañado esta época del año en la Ciudad de la Eterna Primavera. Día en el que seguramente los niños estuvieron dispersos en sus salones de clases pensando en la noche en la que encabezaría el reparto de una obra gigantesca llena de felicidad y algarabía infantil en busca de llenar sus bolsas de los más deliciosos confites que con seguridad causarán un daño de estómago que les serviría de excusa para faltar a clases.

Entretanto, Alcira Arias, una menuda mujer de 50 años, piel canela y pelo negro ensortijado que cambió el mundo de oficina al que durante mucho tiempo de su vida había estado acostumbrada, por la reflexología, tocaba la puerta del apartamento 602 del edificio San Serrano, en el barrio El Poblado.

No, no iba en busca de dulces para sus hijos, tal vez porque decidió no tenerlos. En esta ocasión iba a cumplir una cita con un paciente que necesitaba de sus conocimientos en la materia, para corregir algunas dolencias que lo aquejan. Sí, es mi casa y soy yo quien se someterá a una nueva terapia en mi búsqueda incansable de lograr mi sueño.

Esta mujer de la que se puede decir que la puntualidad es una sus virtudes, se levanta todos los días antes de las seis de la mañana para prepararse para un buen día de trabajo. Generalmente prefiere dedicar la mañana a atender sus compromisos en este sector de la ciudad para luego recorrer otras zonas en el espacio de la tarde. Dice no trabajar los domingos. Aunque a veces hace excepciones con algunos pacientes de vieja data que puedan necesitarla.

Una vez estamos preparados para iniciar la sesión, Alcira me saluda amablemente con la jovialidad y frescura que la caracterizan, y se pone manos a la obra. Debido a que es consciente de que la terapia resulta particularmente dolorosa para el paciente, no deja de explicar las razones por las cuales es importante encontrar los puntos que pueden molestar y masajearlos directamente.

“Por medio de la reflexología es posible tocar los puntos reflejo de todo el cuerpo en pies y manos”. Dicho en otros términos, la reflexología consiste en activar algunos puntos de los pies o las manos, que representan a todos los órganos del cuerpo y los cuales se hacen difíciles de intervenir si no se hace mediante el uso de esta técnica”.

Claro está que se dice que las terapias tienen un mejor efecto en los pies ya que estos viven aislados en los zapatos, a diferencia de las manos, que están en contacto permanente con el entorno y de alguna manera van perdiendo sensibilidad. Como dice Alcira, “el pie es como un mapita del cuerpo. De arriba hacia abajo en el mismo orden”.

Un vistazo hacia el pasado

La mujer dice haber iniciado su camino en el mundo de la reflexología después de que su tía, Isabel Pulgarín, fue diagnosticada de cáncer hace aproximadamente seis años.

Debido a que por esos días ella había decidido retirarse de la empresa donde laboraba, pues presentía que en poco tiempo esta iba a desaparecer por la fuerte crisis económica que la había golpeado, decidió encargarse de los cuidados necesarios para que la hermana de su madre finalizar a sus días de la mejor manera posible ya que la enfermedad que, dicho sea de paso, no recuerda donde se originó, había hecho metástasis en órganos como el útero y los ovarios.

Con el tiempo, y en busca de mejorar la calidad de vida de doña Isabel, quien por ese entonces estaba cerca de los 67 años de edad y se sabía desahuciada, la familia encontró a las Hermanas de la Anunciación, del sector de Buenos Aires en la capital antioqueña, quienes son expertas en el manejo de estas terapias.

Debido a que para ellos era difícil trasladar a la señora cada ocho días hacia la sede de las religiosas, Lucía Pulgarín, otra de sus tías, le propuso a Alcira que aprendiera con las monjas y se encargara de hacerle las terapias a su hermana.

Dicho y hecho. A la mayor brevedad posible, Alcira se contactó con las hermanas para tomar el curso que por ese entonces costó poco menos de 200 mil pesos de la época, según dijo.

Efectivamente, Alcira estudiaba con las monjas y ponía su conocimiento en práctica con su tía. Según ella, los médicos que le atendían se quedaban aterrados al ver que doña Isabel estaba en tan buenas condiciones, ya que según el avance de la enfermedad esta mujer debía haber muerto tiempo atrás.

“Cuando los doctores me preguntaban qué estábamos haciendo, lo único que se me venía a la cabeza era la reflexoterapia”. Pero tal vez, debido a que los galenos son un tanto renuentes este tipo de técnicas, no decían mayor cosa al escuchar su respuesta.

Finalmente Isabel murió un año después de diagnosticada la enfermedad, pero su sobrina destaca que nunca se vio afectada por los dolores típicos causados por este tipo de males. “Sólo el día antes de partir empezó a sentirse indispuesta y no se hallaba en su cuerpo”.

Luego del deceso de su tía, Alcira tomó la decisión de dedicarse de lleno al trabajo que venía desempeñando. Tras haber aprobado un riguroso examen teórico-práctico, necesario para que las monjitas den su visto bueno, permaneció con ellas durante un año, tratando de mejorar las dolencias de quienes lo necesitaban.

Al cabo de ese período decidió trabajar por su cuenta. Eso sí, siempre agradecida por la semilla que las religiosas habían sembrado en ella.

De regreso al presente

A pesar de que la idea de estas terapias es atacar los puntos en los cuales se encuentre dolor, Alcira señala que no se trata de torturar a la persona que se someta al tratamiento.

También es enfática en decir que la mejoría de los pacientes depende de que ellos le ayuden al cuerpo mediante una sana alimentación. Es decir, es necesario consumir agua en buena cantidad, así como frutas y verduras.

Asimismo, se recomienda bajar la ingesta de cárnicos y azúcar refinada para mejorar el colon, que a su vez afecta el funcionamiento del sistema circulatorio y respiratorio.

El dolor causado por este tipo de intervenciones es tal vez uno de los más intensos que haya sentido en mi vida, pero a la vez es de los más difíciles de describir. Cada vez que Alcira pasa por uno de esos puntos siento como si me punzaran el pie desde adentro. Esta sensación se esparce por todo el cuerpo despertando sentimientos de rabia e impotencia en mí que sólo resisto al pensar que de alguna manera esto significa un nuevo paso para lograr mi objetivo.

Alcira sabe que eso es parte de la experiencia. Incluso dice tener pacientes que sienten tanto dolor que acuden a su encuentro armados con una vieja toalla para morderla cuando el dolor aparezca... tal como si estuvieran en el oeste de las películas estadounidenses en las que los vaqueros tenían que usar este recurso para aguantar la extracción de una bala en carne viva.

La verdad, pienso que esa medida es un tanto exagerada pero hay que tener en cuenta que la gente tiene umbrales de dolor diferentes entre sí.

Mientras masajea mis pies con sus dedos finos, engrasados por el aceite que la acompaña en todos los masajes, me explica que es posible experimentar lo que ella llama crisis curativa. Es una especie de respuesta del cuerpo al tratamiento. Se siente malestar relacionado con los órganos que cada persona tenga afectados.

Cabe resaltar que existe un punto que regula las emociones y es posible que se despierte una leve depresión en las personas que tengan problemas en ese campo. Ahora, lo normal es que estas crisis sólo se despierten en las sesiones iniciales.

Alcira dice sentirse feliz de saber que tiene la posibilidad de ayudar a las personas a mejorar molestias causadas en su mayoría por el estrés y el descuido de los seres humanos por su cuerpo que, como dice, “el cuerpo es lo único que nos acompaña hasta la sepultura”.

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