La fortuna de los desafortunados


Por Sebastián Gómez Manrique

Un día hablando con algunos vendedores ambulantes del Parque de El Poblado me sorprendí con varias de sus historias. Una de ellas me decía que había trabajado desde pequeña, que su padre fue abusivo y que con mucho trabajo construyó una casa para ella y sus hijos. Lastimosamente, la casa se incendió, después la reconstruyó en el mismo sitio y para el colmo de su suerte se derrumbó. Además, sus hijos no representan ninguna esperanza en el futuro, pues a pesar del ejemplo de su madre, las drogas y los embarazos decapitaron su posibilidad de progresar.

Esta mujer trabaja más que aquellos que poseen grandes e importantes cargos en el gobierno. Jeanette no madruga, ella pasa derecho y nos damos cuenta que el esfuerzo solo se traduce en más esfuerzo y muy pocos resultados.

La otra mujer que trabaja justo al lado de Jeanette contó que nunca tuvo padres, vivó con sus abuelos, estudió hasta sexto del colegio y le tocó retirarse porque no tenía plata para seguir estudiando. Se casó a los quince años y su celoso esposo no la dejó seguir estudiando en el nocturno. Años más tarde su esposo se fue a Pereira y la dejó sola con dos hijos y manteniendo un hogar.

Ella, feliz con una sonrisa a cada instante, habló con fortaleza y buena energía, dijo que agradece al cielo que sus hijos sean responsables y juiciosos y que lo único que espera de la vida es sacarlos adelante.

Su método para salir adelante son: tintos, pericos, jugo de naranja con o sin cola granulada y cigarrillos menudeados que son lo que más palta les deja. Afortunadamente nuestro gobierno prohibió la venta de cigarrillos, pretendiendo evitar que muchos jóvenes cayeran en el vicio.Lastimosamente los adolescentes fueron mucho más audaces que las leyes y comenzaron a compran en licoreras y estanquillos las nuevas medias cajetillas. El gobierno entonces pensó en las distribuidoras y en los jóvenes, pero no pensó en aquellas desafortunadas mujeres que construyen sus hogares vendiendo cigarrillos por unidad.

Cuando les preguntamos a las dos mujeres si habían recibido alguna ayuda por parte del Estado, ellas respondieron con ironía que de aquel fantasma solo quieren dos cosas: que el Sisben les siga funcionando y que Espacio Público no las coja parqueadas en sus lugares de trabajo, pues como todos somos ciudadanos y somos iguales, un Mercedes Benz o un carrito de comidas mal parqueado tiene que ir a los patios y pagar una justa multa.

¡Bravo! Aquí nos encontramos con una fuerza de trabajo, una actitud y una energía equivalente a la de 10 profesionales que van a un psiquiatra cada quince días pues sufren de estrés laboral, de insomnio o que se denominan así mismo “workaholics”.

Lo anterior realmente no es relevante, pues el éxito no se traduce en esfuerzo como lo vimos anteriormente. El éxito es el fruto de pertenecer al contexto indicado, obtener la educación más especializada y en el peor de los casos no tener que pagar arriendo, tener los suficiente para entrar a una escuela pública sin sacrificar las necesidades básicas para poder hacerlo y obviamente en alejarse de aquello que hace que TODOS tiremos nuestras oportunidades a la basura, la droga y los excesos.

La brecha entre aquellos que pueden tener el mínimo de oportunidades y aquellos que no pueden se consolida en un monto de dinero a la semana que para los más afortunados significa por lo menos una salida a cenar. El problema no es definir lo que les falta a estas personas, sino encontrar la forma de que su esfuerzo y su trabajo sean suficientes para vivir dignamente.

Seguirle metiendo la culpa al gobierno es una pérdida de tiempo, pues seguramente ellos saben lo que pasa en el país y tienen la certeza de lo que hacen y dejan de hacer para mejorar el estilo de vida de los colombianos.

No escribo con la intensión de denunciar a nadie, hablo con la seguridad de haber conocido a dos mujeres que trabajan honradamente de día y de noche pero que no consiguen los suficiente para satisfacer sus necesidades, mejorar sus lugares de trabajo y mucho menos para esperar un mejor futuro.

Aquí entramos nosotros, los jóvenes llenos de oportunidades, personas que poseemos los medios para mejorar el contexto en el que vivimos. Por ejemplo, EAFIT cada semestre hace puestos de comidas con diseños y temáticas increíbles. Apuesto a que muchos de ellos están en algún parqueadero, cuarto útil o basurero. Materiales, tiempo y creatividad que se desperdicia cada momento y que podría hacer más interesante y productivo el trabajo de estas mujeres.

Otros, como los estudiantes de Comunicación Social, podrían enfocar todos sus trabajos universitarios en informar las problemáticas de la ciudad con responsabilidad social.

Los jóvenes de las universidades están en la capacidad de realizar cambios importantes en la sociedad. Dirigir algunos proyectos de materias de varios pregrados en búsqueda del bienestar y de mejorar las condiciones laborales de las personas menos afortunadas es provocar una pequeña revolución ante la injusticia social.

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