Fiesta bien trajeada


No corrió con suerte, perdió el sorteo. Jamás se hubiera imaginado que aquel infortunio se convertiría en una de las  mejores noches de su vida. Ese día dejaría a un lado su habitual delantal de cuero y el olor a carne para usar un atuendo formal y decorar su cabeza con una flor desproporcional. Este fue el principio de una experiencia inolvidable.

Por Manuela Uribe Mejía

De un sorteo dependía la manera en la que Gabriela recibiría el 2011. De ganar, estaría en esta fecha con su familia, como lo había hecho por 19 años. De perder, sería una de las tantas personas que reciben el año nuevo trabajando, mientras los demás gozan a ritmo de tambores, matracas y “chucu-chucu” (un género musical colombiano que se impone por estas fechas).

El no contar con suerte traía consigo la sentencia de trabajar para el primer “parrandón” de año nuevo que hacía el restauranteAndrés Carne de Res ubicado en Chía, Cundinamarca. Su rutina cambiaría. Normalmente trabajaba en la terraza, justo en la popa de la embarcación, pero esta vez por tratarse de un evento exclusivo prestaría sus servicios entre luces navideñas, carruseles flotantes, maniquíes vigilantes, chatarra hecha tangas y platos voladores. La cuna de su futuro amorío.

Sabor a año nuevo
Mediodía. La víspera de año nuevo comenzaba. Como era de costumbre, Gabriela tomó la flota desde Bogotá hasta Chía. Todos habían sido citados a las seis de la tarde, pero ella haría un reemplazo en el día. Por estas horas, su jornada sería la misma: delantal café de cuero, pelo cogido, zapatos cómodos y actitud de “voleo”, no estaba exenta de contar con un sinnúmero de estómagos hambrientos, deseosos de la res de Andrés.

Cae la tarde. Gabriela estaba ansiosa. En pocas horas viviría la parafernalia de la fiesta andresiana. A ella, Andrés siempre la había sorprendido con cada cosa y pensaba que esta fiesta no sería la excepción.

Seis horas antes del 2011. Gabriela se contagiaba de la emoción de sus compañeros. Los hombres de traje, corbatín y bien peinados. Mujeres de falda, vestidos y tacones. La cultura andresiana empezaba a transformarse. Esa imagen de comodidad, frescura y desinhibición para trabajar se escondía detrás de los atuendos y los calzones amarillos que todos, como buenos colombianos, portaban.

Una hora para embellecerse. Los baños parecían el camerino del grupo de Arteatro.  Medias veladas, vestidos, lentejuelas, maquillaje. La batalla con el espejo terminaba. Todos listos y bien “puestecitos” se disponían a recibir a grandes familias de la élite bogotana, dispuestas a pagar $300.000 pesos por persona esa noche.

Todo un reto. En la cabeza de Gabriela rondaban preguntas y expectativas: ¿Cómo atenderlos?, ¿Y si metemos la pata? ¿Si algo sale mal? ¿Qué tendrán preparado? Con tan solo un mes  y once días de experiencia, y pisando terreno desconocido, debía sacar la noche adelante. Un desafío para ella.

Las mesas ya estaban decoradas. Despertadores de quinceañera, lámparas, letreros y calzones amarillos acompañaban los manteles de papel blanco, parecidos a las “carpeticas” de las que hablaría cualquier abuela antioqueña.

Como lo mencionó el periódico El Tiempo en su agenda social: “Adanes y Evas, en el paraíso, ahora bien trajeados, le daban inicio a la segunda década del segundo milenio de nuestra era[1].

Gabriela estaba lista para comenzar su tarea. Sencilla como siempre, dejaba ver en su cara la emoción de estar allí. Enfocada en sus funciones, empezó a recibir a las personas que habían reservado las mesas que atendería. Las mismas que fines de semana acogían celebridades e importantes personas de la élite colombiana.

Estaba en el comedor VIP de Andrés Carnes de Res encargada de Chía y Valentina, las mesas que en noches paganas las acompañaban bancas con mensajes grabados como: “Aquí, puso el culo Maradona”.

La noche transcurrió. Su trabajo consistía en llevar Vodka, Whisky y Ron a los comensales, nada del otro mundo. De la comida se encargarían  ellos mismos, un buffet con dos opciones estaba incluido en el paquete de la celebración de la noche del Año Nuevo.

Faltan cinco pa’ las doce

 “Faltan cinco pa’ las 12
El año va a terminar,
Me voy corriendo a mi casa
A abrazar a mi mama…” 

Cinco minutos para terminarse el 2010. Todos cantaban al ritmo de matracas “Las campanas de la iglesia están sonando… anunciando que el año viejo se va…”. Ya Gabriela había repartido los kits de año nuevo, cada uno equipado con una matraca, un calzón, un limón, una hoja, una vela, doce uvas, un globo, un manual y las lentejas.  En resumen, toda la indumentaria para no dejar perder la tradición agüerista de nuestro país. Bastaba con abrir el manual y seguir uno a uno sus pasos.

Medianoche. ¡Ya es 2011! Mientras los comensales seguían el ritual y en el centro de la pista elevaban los globos de helio hacia el cielo con sus deseos, Gabriela se reunía con su familia andresiana, en este caso, sus cuatro compañeras más cercanas. Abrazadas, con sentimientos encontrados y felicidad de estar allí juntas compartiendo esa noche, se daban el feliz año nuevo.

La energía que se presenciaba era indescriptible. Comensales y colaboradores salieron emocionados a darle la vuelta al restaurante porque colombiano que se respete cree en el agüero del viajero. Todos bailaban y bebían sin cesar. La fiesta no paraba y así siguió hasta las 4 de la madrugada, sin ninguna novedad.

Gabriela jamás se arrepentiría de su experiencia. Para ella había valido la pena porque lo que pasa en Andrés no pasa en ningún otro sitio. Después de todo, diría ella, no fue un castigo trabajar para la dicha de  otros. Ella más que nadie se había gozado la fiesta a la altura. Haber tenido la oportunidad de festejar fiel a la tradición colombiana marcaría su historia como tripulante de esta embarcación.




[1] EL TIEMPO.COM. “Fiestas de Año Nuevo diferentes en Andrés Carne de Res”. (25 de diciembre de 2010). Recuperado el 4 de noviembre de 2011. Tomado de: http://www.eltiempo.com/entretenimiento/planes-bogota/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-8674484.html


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