El algodón de
azúcar es una golosina muy popular. Y hay un hombre en Medellín
que se convirtió en su principal representante. Víctor León Moncada es el
abuelo algodonero.
Por María Clara
Ramírez
Es un proceso simple: el azúcar mezclado
con colorante se pone en el centro de la máquina. Aquí hay un pequeño hueco
contiguo a un dispositivo que hace rotar el contenido a gran velocidad y una
fuente de calor que lo derrite.
Luego el líquido se filtra por una serie de pequeños
agujeros en los lados. El azúcar se solidifica cuando entra en contacto con el
aire, formando unos finos hilos que se amontonan en un recipiente de mayor
tamaño, ubicado alrededor del cuerpo central de la máquina. El operador los
junta con un palo, un cono o con su mano.
Este es el oficio que realiza desde hace 52 años don
Víctor León Moncada, un paisa emprendedor que comenzó a ejercer esta labor el 2
de noviembre de 1960. Mide 1.58 metros, tiene 84 años y unos ojos azules que
resaltan el pálido color de su cara.
“Yo tenía una tienda en la esquina de la terminal de
buses de Manrique. Era un negocio bueno que, a los 34 años y con cuatro hijos,
me daba para sostenerlos. Pero un día en una borrachera lo vendí. Mi mujer
estaba muy preocupada y yo desesperado buscando opciones, hasta que un vecino
me mostró la máquina y decidí ensayarla”, dijo Víctor León.
Así empezó el oficio de este reconocido algodonero, un
hombre que ha recorrido las calles de El Poblado y que hoy, a sus 84 años, se
siente orgulloso de haber sacado a su familia adelante con este trabajo.
Víctor, un hombre humilde, padre de 4 mujeres y 4 hombres
y “una familia bien repartida”, como él dice, se ha convertido en patrimonio de
nuestra ciudad. Nos recuerda la Medellín de banca de parque, las ferias de los
domingos y las plazas de los pueblos de nuestro departamento.
La máquina, su instrumento de trabajo, mide 1.20 metros
de altura. Es blanca, funciona con gasolina y la cuida como a su propia vida.
Se la compró a un vecino que las hacía con un calentador marca Primus y una
centrífuga mecánica marca Westfalia Separator.
Su éxito en este negocio se debe al cariño que le pone a
cada uno de los cincuenta algodones de azúcar que vende diariamente en el
centro comercial El Tesoro, donde se ubica al frente del carrusel, en la zona
de los juegos para niños.
Mateo Mejía es su cliente más fiel. Es un niño de 4 años
que va todos los miércoles en la tarde y se come uno o dos algodones de azúcar.
Lo acompaña siempre su mamá que conversa con Don Víctor mientras su hijo da
vueltas en el carrusel. “El abuelito algodón es muy querido conmigo. Siempre me
da algodones para que yo coma mientras me subo a los caballitos.
Para don Víctor lo que hace especial su oficio es lo
original que es. Él y su hijo son los únicos que realizan este oficio en el
sector, lo que para él representa una gran ventaja.
Su anterior puesto de trabajo, ubicado en la esquina de
la calle 7 con la 39, lo ocupa su hijo Rubén Moncada, un hombre de 42 años de
edad, con bigote y poco pelo en su cabeza, ojos claros y una sonrisa que alegra
al que la mire.
Víctor dice que Rubén es un hombre trabajador, sencillo,
alegre y sobretodo muy luchador. “Mi hijo nunca ha tenido problemas con nadie,
salió adelante solito y siempre consigue todo por sus propios medios”, dice.
Él fue quien introdujo a su hijo en el negocio. Como
Rubén cuenta, “yo vi que él era muy “verraquito” y que sacó adelante a la
familia. Me empezó a interesar lo que hacía. Yo practicaba los fines de semana,
pero cuando me di cuenta que si era juicioso y constante me iba mejor que en mi
otro trabajo, me arriesgué y me salí. Ahora véame acá, 20 años después, más
feliz que nunca”.
Para Rubén y su padre Víctor lo mejor del oficio es saber
servir bien al cliente. Mostrarle siempre una sonrisa alegre, ser amables y
darle siempre lo mejor.
Entre la congestión de la zona, el ruido de los carros y
las construcciones del sector, la llegada de un comprador es evidente: un niño
que se asoma por la ventana y grita: “algodooón, algodooón”. Rubén sale
corriendo y le pregunta: “¿Cuántos, amiguito?” El afán por atender bien al niño
y la alegría con la que lo hace, deja fascinados a los clientes.
Vender algodón es un oficio no muy común, pero la familia
Moncada está dejando un legado y un recuerdo en la memoria de los antioqueños.
El algodón de azúcar es uno de los dulces preferidos de los niños. Su
textura, similar a la del algodón, se derrite en la boca provocando una
agradable sensación.
La cara del abuelo algonodero refleja la energía y
felicidad propia de un hombre que lleva 50 años trabajando con niños.
Víctor León ama su oficio. Se siente orgulloso de ser uno
de los hombres más reconocidos en la ciudad, gracias a que produce un dulce
encantador, no solo para niños, sino también para adultos.
Víctor pasa sus días rodeado de niños: los ve jugando en
las atracciones, corriendo por todos lados y haciendo fila para comprar sus
algodones.
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