Por Daniel S. Álvarez Ramírez
“¡Quiero
sentirme libre!, me has absorbido mucho, además quiero ser como fui cuando no
estaba con vos”, le dijo Laura a su novio Julio Carrillo cuando lo dejó, ambos
estudiantes de Medicina.
El
Poblado, un barrio de clase alta. “Es extraño mirar tantas torres construidas
en una selva”, dicen un extranjero. Cada edificio tiene ventanas y luces,
familias y problemas, amores y rutinas.
Dan
las 6:30 de la tarde del viernes 4 de noviembre y muchos estudiantes seguro están
estudiando para el examen final de alguna materia. Julio mira desde el noveno
piso los bloques cercanos mientras estudia Salud Pública, pues no quiere perder “una materia tan aburrida”.
Cinco
horas de estudio diario para sostener un promedio regular, es decir, nada de videos
porno, pocas sobredosis de helado y un sueño malo, pestañas que se sienten
calientes de leer y bostezos constantes. “A veces despierto y mi cerebro repite
lo que repasé la noche anterior obsesivamente”.
Julio
tiene una vida de adolecente. A sus 20 años no tiene relaciones sexuales a
menudo, sale cada dos semanas a tomar cerveza y mira relajado la vida diaria.
Se ve delgado y no es un referente en la calle como lo solía ser, cuando tenía
un pelo curioso y las mujeres lo buscaban por montones. Fue popular por su
estilo.
Cuando
entró a la Facultad de Medicina lo obligaron a sostener un perfil “decente”, entonces
pagó en una peluquería para que le quitaran su gran atractivo, su pelo. Sin su
pelo largo, conoció a su primera novia, Laura, otra estudiante de Medicina,
estuvieron juntos disfrutando mucho tiempo.
Y
es el amor universitario algo que cumple la siguiente regla: todo comienza cuando
conoces a una persona. Te gusta. Miras y miras. Te le acercas y hablas creando
una red entre los dos y se transmite confianza. La invitas a una cerveza. Vas a
cine a ver una “peli” romántica y escoges dos sillas distantes de todos, te sientas
y tratas de rosar su codo y juegas como los niños.
Sales
de cine y vas a un parque en la noche. La invitas a una ronda de cerveza y le
pides el teléfono. Al otro día la llamas y de nuevo salen, esta vez es una cena
y después un mirador.
Todo
termina en el sofá de tu casa viendo una película y juegas a los niños de nuevo,
pero esta vez hay más unión y ambiente. La besas. Te unes en una noche hermosa
y larga, mientras la lluvia crea la música y tu marcas el compás erótico.
Julio
dedicó muchos momentos a su novia, tiró a la basura el estudio, los amigos del
alma y gran parte de su vida. Este ingrato período partió su historia.
Un
jueves, a Julio le dijeron en la universidad que perdería el semestre si no
estudiaba. En la tarde, tropieza y se raspa la rodilla. Llega a su casa y
después de un día para olvidar pasa una noche difícil, pues su cobija se le
pegó a la herida en repetidas ocasiones.
El
viernes de esa misma semana, su novia, desesperada, le dijo las palabras que
destruyen a todo hombre enamorado:
– “Terminemos”.
La
mente del joven estudiante de Medicina creó esta poesía en su angustia:
– Tonta. Te di todo: mi dinero, mi tiempo, mis
besos…Siempre estábamos juntos y ¿ahora dices que te absorbo? Todo frenó en
seco ¿eh? Ahora serás libre con tu amante, el de color café – pensó Julio.
Después
de un pobre análisis del poema se puede deducir que a Julio lo habían cambiado
por un hombre de color café.
En
el despecho, los estudiantes acuden a las acciones más deplorables: mandar
mensajes de texto, dedicar borracheras, llorar y llorar. Julio atravesó por
todo lo anterior y con rabia, carga ese peso en su mente.
Finalmente,
el joven estudiante perdió unas cuantas materias y se atrasó un semestre, pero
esto le sirvió de experiencia para no dedicarle todo a una mujer.
Desde
la ventana mira El Poblado ahora, sabe que en cualquier apartamento hay alguna
chica cambiándose de ropa.
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