Un oficio sin oficio: sicario

El personaje principal pidió que le cambiara el nombre por motivos personales. Días después de suceder la historia, el hombre decidió esconderse.

Por Jesús David Trejos Betancur


Lo pensé, traté de asimilarlo y un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando me contó su oficio: sicario. Conocí a Dany por azares del destino. Decían que manejaba mucha gente en los alrededores de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí, uno de los sectores más peligrosos del Valle de Aburrá, donde los grupos armados ilegales luchan entre fronteras invisibles y pasar por la calle equivocada te puede costar la vida.

Dany es un muchacho de 27 años de edad, alto, de cabello castaño y que ante la vista de cualquiera no parece más que un estudiante o un empleado común. Nadie se imagina que por sus manos han pasado cuerpos sin vida y que órdenes suyas han hecho que numerosas familias sean desplazadas.

“Yo empecé en este negocio por un primo. Vivía muy aburrido en mi casa, el colegio no me gustaba y él me ofreció un trabajo: solo tenía que llevar unos paquetes a una gente en el Barrio Antioquia. De allá le mandaban una plata y él me pagaba el mandado”, cuenta Dany cuando le pregunto sobre sus inicios en el mundo del crimen.

Sentados disfrutando una cerveza en un pequeño bar sin nombre, frente a la Central Mayorista de Antioquia, me dijo que no era un mal hombre, solo que su oficio no era bien visto.

Ser sicario es un oficio
“Si me preguntan en qué trabajo, yo simplemente digo que soy comerciante, que muevo mercancías y dirijo personal”. Así percibe Dany a lo que, según él, se dedica y no vacila en decir que está cumpliendo un orden social. “Aunque si me preguntan, simplemente soy un sicario”, completa.

El pensamiento de Dany me da algo de susto. Eso que me dice sin ningún gesto de miedo me lleva a pensar en cuántas veces gente inocente es juzgada en mis mismas condiciones, solo por tener dinero o por deberle algo a quien no debería. ¿Será que en algún momento de mi vida alguien había estado sentado en un bar, tomándose una cerveza, escuchando música y uno le dice a otro: ‘mátelo’? Y si eso pasó, ¿alguien habrá dicho que no lo hiciera, que yo era inocente?

La conversación se me hizo larga y nunca terminaría la información si seguía preguntando. Además, no quería que Dany se sintiera atacado porque no quería convertirme en una de sus “mercancías”.

“Sí, yo he matado a muchos y me ha tocado torturar a más de uno. Yo me acuerdo que el primero que maté fue a un señor que era comerciante en Medellín, pero nunca supe ni cómo se llamaba. Cuando eso yo tenía 17 años y solo seguía órdenes”, dijo Dany cuando habló de su primer “muñeco”, como él lo llama.

Es muy triste saber que en esta sociedad la vida de un hombre, que no quiso prestarse a lavar dinero, valió 200 mil pesos en el 2001 y que habría costado más si una de las balas le hubiera dado en la cabeza y no en el pecho.

Yo tenía miedo. Solo pensaba que si así empezó, no quería saber más de lo que había hecho. Tenía miedo de ver pasar una moto porque pensaba que iban a llegar a matarlo y que una bala sería para mí por estar con él en ese sitio. Luego me atreví a hacerle una pregunta muy directa: ¿por qué eso de ser sicario es para vos un oficio?

Con una carcajada y colocando su mano sobre mi hombro respondió: “Esto es un oficio porque yo creo que con esto mejoro la sociedad. Acabo con gente mala y no me meto con gente sana, es más, yo no mando a cobrar vacunas, solo la gente nos da para que otros combos no se metan y con esa plata compramos fierros pa’ defenderlos a todos”.

Yo no sabía si pedir otra cerveza, salir corriendo o desmayarme del susto. Aunque tenía mucha intriga, pensaba que esa gente es la que uno debe tener de conocidos, mas no de amigos y nunca de enemigos.

Yo no sería capaz
Creo que me daría dificultad jalar un gatillo frente a alguien porque otra cosa es por deporte. Eso fue lo que le dije y él me respondió con una frase que me dejó el cuerpo frío y me hizo temblar las rodillas: “Hombre, entonces ni te cuento cómo es decapitar a alguien porque te desmayás”.

Respondí: sí, mejor ni me cuente, porque tengo hambre y se me quita.

Así pasó la conversación. Él contándome cosas que ha hecho y enfrentamientos que ha tenido. Lo que me llama la atención es que él ve eso de manera muy normal. Considera que está en una guerra sin cuartel y que cuando todo acabe va a ser muy importante.

Tiene claro que “en esto puedo durar poco o me puedo quedar mucho tiempo, el todo es no dar papaya y saber a quién darle porque si uno se mete con alguien importante se le vienen hasta los amigos”.

No entendía bien por qué resulté en ese sitio. Quizá la oportunidad de tener algo fuera de lo común por contar o quizá la intriga de saber cómo Dany pensaba, o tal vez porque no decirlo, tener un conocido que me fuera útil si en algún momento viera mi vida amenazada...

Con este escrito no quiero elogiar algo en específico y tampoco quiero que se piense que soy un pillo con influencias. Más bien quiero que las personas entiendan que si existen personas como Dany es gracias a la sociedad misma y que si rechazáramos ciertos vicios, estos tipos tendrían que buscar un trabajo y quizá personas como él llegaran a ser importantes ingenieros o médicos.

Esta es mi humilde opinión y no quiero generar debate. No quiero que la gente me mire diferente o trate de encontrar estas amistades. Más bien sería apropiado que pensáramos cuánto vale nuestra vida y cómo, en un segundo, un sonido estruendoso puede ser lo último que escuchemos.

Luego de salir del bar, al cual llegaron más amigos de Dan y que de seguro trabajaban en lo mismo, decidí llamar a esa persona con la cual había tenido una pelea hacía poco. Uno nunca sabe… quizá por estar sentado en esa mesa, en ese lugar y con ese personaje, esa podría haber sido mi última cerveza, o la última llamada que hiciera.

0 comentarios:

Publicar un comentario