Confiando en la comuna: historia de un comerciante



Con los ahorros de tres años, Carlos Andrés Peláez se fue a España buscando un mejor futuro. Hoy, luego de que la vida en el viejo continente no le sonriera, este paisa recorre las comunas marginadas de Medellín para sobrevivir.

Por Sebastián Peláez Campillo


Carlos Andrés Peláez en el estadio Santiago Bernabéu, de España. / Foto cortesía

Cuando termina de comer su banano acompañado de un yogur de mora, toma su moto color negro y la saca de su casa, encendiéndola para que se caliente mientras sube a cepillarse los dientes.

“Yo lo que quiero es forjar mi futuro en esta empresa”, afirma Carlos Andrés, empleado del área comercial de Bancolombia, mientras se pone su chaqueta azul, fiel acompañante a la hora de enfrentar las frías madrugadas en la ciudad de Medellín.

A sus 36 añosde edad, este contador público con 15 años de experiencia en el área de atención al cliente, amante de los juegos de video y las paellas, labra su vida escalando a diario las comunas marginadas del área metropolitana.
Llega a su oficina y, como es costumbre, organiza su reblujo del día anterior; se asoma por la ventana, suspira y dice mirando hacia la montaña: “Allá arriba me espera un día más lleno de trabajo y nuevas experiencias”.

Después de una charla en su oficina, toma un lapicero, su libreta de apuntes y con cierta picardía dice: “Vamos pa’ la moto que esto se dejó venir”. Luego sale de allí, se despide de las secretarias mientras se pone su casco, agarra su moto y emprendemos el viaje hacia las laderas del Nororiente de la ciudad.

Nos dirigimos al barrio Santo Domingo y mientras termina de realizar un crédito con la dueña de un restaurante, me quedo comiendo un pastelal que cordialmente me ha invitado. Al concluir su trabajo, me dice con tono burlesco: “¡Coronamos!”.

Ese hombre tiene el típico perfil de un paisa: a todo le quiere hacer negocio; esa es, precisamente, una de las cosas que hace fácil su trabajo. Además, cuenta con un sexto sentido o, como se dice aquí, la malicia indígena para hacer dinero.

Es en esa mesa del restaurante donde aquel hombre, con cierta tristeza, relata historias de su pasado, acepta sus errores, expresa con gran entusiasmo sus experiencias vividas y afirma sus ganas de seguir adelante.

A la salida del negocio vemos a unos tipos en unas motos; Carlos me dice que lo espere porque estos le parecen un poco extraños. Él se dirige hacia ellos para enseñarles su carné como prueba de su trabajo en aquel sector, ya que en esa zona las personas que no demuestren que allí trabajan, tienen problemas con ese tipo de gente.

Un grave error

Desde 2008, Carlos se dedica al oficio de comerciante en el área de medianas y pequeñas empresas en el Grupo Bancolombia a causa, según él, de una mala decisión tomada en el 2004, cuando vio como alternativa de progreso el viajar a España en compañía de su madre a buscar “el empleo ideal”.

Tras su llegada a ese país, montó un café internet con un socio colombiano que conoció en ese lugar. Luego de seis meses de trabajo, en una tarde de marzo, ocurrió lo inesperado: un grupo de seis amenazantes colombianos allanaron su negocio, imponiendo su poder con las armas. Carlos, decepcionado por lo ocurrido, no vio más alternativa que regresar a Colombia tras perder sus ahorros y sus esperanzas.

Al sumarse a la inmensa lista de colombianos que pierden sus sueños en tierras extranjeras y sin trabajo, pero con ganas de salir adelante, Carlos decidió vender empanadas con su madre, mientras conseguía trabajo mostrando su título como contador público.

“Fue el peor año que pude haber vivido. Yo me fui pa’ allá con los ahorros que había hecho durante tres años, con la ilusión que me iba a ir mejor de lo que me estaba yendo aquí”. Estos recuerdos hacen que él valore su trabajo, el cual tardó un año en conseguir.

Sin frenos

A las 6:30 p.m.Carlos termina un día más como comerciante en las alturas del nororiente de Medellín. Tiene mal genio y se ve agotado. Sin embargo, cuando me ve, dibuja una sonrisa en su rostro, manifiesta su amabilidad y con un tono amable me dice: “Vamos”.

Se abrocha su casco, se monta en su moto y comenzamos nuestro descensopor las empinadas lomas. Para hacerlo más ameno, me cuenta que tuvo problemas con una señora de una peluquería porque ella es muy mala paga y se le estaba escondiendo.

De un momento a otro se queda callado y lo noto preocupado. Su rostro está pálido; me mira y me dice: “Nos quedamos sin frenos o esta maricada se dañó…”

En ese momento, nuestra mejor reacción fue poner los pies en el pavimento. Afortunadamente íbamos relativamente despacio y el piso estaba seco. Él alcanzó a voltear en una esquina y paró la moto.

Tras escuchar y vivir todas y cada una de las situaciones que Carlos experimenta duranteun día, dice en tono de moraleja: “Mucha gente no valora su oficio, los quisiera ver sin trabajo…”

“A cada persona le toca ganarse la vida de diferentes maneras; esta fue la que me tocó a mí. Lo único que puedo hacer es gozar, aprovechar y vivir agradecido con la que me tocó”. Y añade: “Esto me sirve para valorar la vida”.

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