“Dios vive en mí”


Tras sufrir en carne propia el flagelo del secuestro, el sacerdote Carlos Yepes se dedica a “raptar almas” para Dios, en una iglesia del centro de Medellín.

Por Sara Alejandra Álvarez Arboleda


Carlos Yepes trabaja también en el  canal Televida Internacional y en la capellanía de la Gobernación de Antioquia. / Foto tomada de: gloria.tv


Con el carisma y la ternura por la que tanto se ha caracterizado a lo largo de sus 18 años de sacerdocio, y a pesar del calor sofocante del mediodía, luego de consagrar un templo repleto de feligreses al Corazón de Jesús, Carlos Yepes estaba dispuesto a atender una persona más.

Después de oficiar la misa de las 12 del día, una de las más concurridas por ser la del primer viernes del mes, este sacerdote, uno muy queridos por lacomunidad católica de la ciudad, concedió la entrevista.

Carlos Yepes es el párroco de la iglesia del Corazón de Jesús, un patrimonio cultural escondido entre la grasa de los talleres de mecánica del sector que lleva el mismo nombre, las caras sucias de los habitantes de la calle y el ruido ensordecedor de los carros, buses y camiones que transitan a diario por el centro de la ciudad.

Gracias a su particular personalidad ha logrado ganarse el cariño de muchas personas y tocar el corazón de otras con conferencias, programas de televisión y peregrinaciones a los lugares más representativos de su religión: Tierra Santa, México y algunos países de Europa.

Víctima del secuestro en el año 2002 y compañero de cautiverio del exgobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y el exministro de Defensa, Gilberto Echeverry (ambos asesinados por sus captores, guerrilleros de las Farc), es un hombre consagrado a la Iglesia y al ministerio del sacerdocio.

“El sacerdote no es un cajero automático”


Ante la imposibilidad de limitarse al significado en una sola palabra, se define en como “un hombre amado por Dios”. Según él, ha visto el amor de Dios en todos los ámbitos de su vida y una muestra de ello es lo mucho que le ha permitido llegar a otras personas.

Carlos se considera un hombre simple, sin extravagancias. “Lo único que se podría decir que es una extravagancia en mí es que tengo que dormir con un pañuelo en los ojos porque me molesta mucho la luz”, señala.

“Las personas no entienden que el sacerdote es un ser humano, no una máquina. En una ocasión, una persona que llamó a mi casa desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche, y mi hermana, que es un poco templadita, le dijo que yo no era un cajero automático. Y es la verdad, el sacerdote no es un cajero que está disponible las 24 horas”, cuenta para ejemplificar en qué ocasiones miente.
Las personas allegadas a Carlos afirman que es un hombre lleno de misericordia. “El padre es un hombre lleno de amor, él siempre está dispuesto a dar amor”, expresa un hombre que lo acompañaba al momento de la entrevista.

Sus días de secuestro


Mientras juega con sus dedos y una pequeña bola de icopor en el comedor de la casa cural, que tiene como punto focal de la decoración una enorme pecera, llena de pequeños peces morados, el sacerdote reflexiona sobre su secuestro y expresa que lo más difícil de estar allí fue perder su autonomía y saber que estaba, por primera vez, tan cerca de la muerte.

“Durante las primeras horas del secuestro nos advirtieron que en caso de un intento de rescate nos mataban. Yo le pregunté a un muchacho del frente 34 de las Farc si él era capaz de matarme y él me dijo, sin pensarlo, que sí. Le pregunté qué le había hecho yo y él me dijo: ‘nada pero cumplo órdenes’.”

“Cuando uno quiere ir al baño lo acompaña un guerrillero con un fusil, uno les dice: ‘pero voy a orinar’, ellos responden: ‘orine’ y a uno le toca orinar con ellos al frente”, relata.

Misericordioso es tal vez la palabra que mejor lo define. No guarda ningún tipo de rencor ni resentimiento contra las personas que lo secuestraron. Para él son jóvenes que estaban equivocados y que tal vez perdidos en el devenir del dinero, manifiestan su poder tras un fusil que los hace sentir “semidioses” e invencibles ante cualquier circunstancia.

Sus palabras, siempre cargadas de amor a su familia, dibujan el sufrimiento de muchas familias colombianas que han vivido en carne propia la privación de un ser querido. Familias que para los demás son extrañas, pero que para él son el común denominador de la situación actual del país.

“Mi familia recibió la noticia de mi secuestro con dolor y asombro. Uno siempre cree que el que va a caer en una cárcel es el otro, que al que van a matar es al otro, que al que van a secuestrar es al otro…Y cuando esto toca la familia de uno se da cuenta de que la vida no es tan fácil”, afirma.

Amor y más amor…


“Después del secuestro mi vida cambio enormemente. Lo que más me dolía era morirme porque no le quería causar ese dolor a mis padres. La ley natural de la vida es que los hijos entierren a los padres y no al revés”.

Carlos Yepes, un hombre que no renunciaría nunca a su vocación de sacerdote y que si volviera a nacer escogería esa profesión. Un hombre que en su juventud fue estudiante de Derecho, expulsado de la universidad por ser uno de los más “revolucionarios”, hoy se arrepiente de no haber hecho más cosas: haber estudiado más, haber hecho más por las personas.

Un sacerdote de fe, lleno de amor para quienes más lo necesitan, ha demostrado su entrega y compromiso con su ministerio de diversas maneras.

En el ir y venir de sus calles cargadas de miseria habitan los excluidos de la sociedad, “los desechables”, como algunos prefieren llamarlos; ellos son los que verdaderamente han sentido el amor y la misericordia de Yepes.

Amor y más amor es lo que inspira este hombre de 48 años a todas las personas que tienen el gusto de hablar con él. La devoción de sus feligreses y el cariño que se ha ganado en las personas que con él trabajan fueron los causantes de tres interrupciones a la entrevista, durante la cual bendijo y agradeció a varias personas por su labor en la parroquia.

Una multitud espera afuera a Carlos, sedienta de encontrar a Dios por medio de su voz en la eucaristía de las 4 de la tarde. Esperan a un hombre con una ‘Misión Divina’ en esta tierra, con la esperanza de llegar a Dios con “las manos llenas”, con la esperanza de vivir en una Colombia donde el secuestro no sea la forma de dominación y opresión política predominante.

Esperan a un hombre que sabe que la felicidad no está en el dinero ni en el egoísmo, un hombre que encontró la felicidad cuando escucho la frase “Dios vive en mí”.


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