Por Jonathan Alexander Escobar
Arboleda
En
Manrique, entre hilos y agujas, vive Doris Villamil Téllez, una confeccionista
de 44 años de edad que lleva 12 años trabajando en el sector haciendo uniformes
para varios colegios, cosas que la gente le encarga y pijamas para su familia y
sus hijas.
Son las 10
de la mañana y doña Doris, como se le reconoce en el sector, abre la puerta de
su casa ubicada en el barrio San Pablo. Con una sonrisa que deja vislumbrar la
blancura de sus dientes, ofrece un abrazo e invita a pasar dentro de su casa,
aquel sitio que se convirtió durante 12 años en su lugar de trabajo.
En las
paredes hay algunas repisas con cientos de contenedores de botones, agujas,
cierres y pedazos de tela que son utilizados durante el proceso de producción y
mejora de algunas de las prendas que doña Doris trabaja. Dichos contenedores se
convierten en exóticos adornos que cubren la habitación.
Los
colores, la variedad de formas y de texturas que se pueden observar en las
paredes hacen de estas un fantástico collage que entretiene la vista de quien
visita este lugar tan particular.
Doña Doris,
una Llanera que llegó a vivir a Medellín hace algunos años, comenzó a trabajar
en el negocio no por vocación sino por necesidad, al quedarse viuda, con sus
dos hijas, Doris y María Elena. Sin saber hacer nada decidió que debía trabajar
dentro de su casa.
Por eso,
ella entró a un curso de modistería en 1999 que se dictó en el barrio y que le
costó en aquella época $120.000. Este curso, que tenía una intensidad de solo
dos horas los sábados, duró aproximadamente dos meses.
Comenta
Doris que en el curso se dictaban por lo menos de cuatro a cinco prendas que la
gente debía aprender a confeccionar y que el profesor explicaba muy poco sobre
los procesos que debían hacerse. Ella llegaba a su casa e intentaba practicar
lo aprendido en clase pero no era capaz, pues no poseía las máquinas necesarias
que ayudaban en el proceso de confección de un prenda.
-
La primera máquina que compré fue una Singer casera. Para mí
la meta era hacerme cinco mil pesos diarios, pues con esa cifra yo sentía que
estaría hecha. Además, lo más importante en aquellos tiempos era cocerle la
ropa a mis niñas.
La Singer duró conmigo tres años pero la ropa quedaba muy
fea con eso y la gente empezó a notar que la ropa se veía como mal, entonces
conseguí luego una máquina suiza, pero las confecciones crecieron más y más y
la maquina era muy lenta, entonces tuve que comprar la máquina plana industrial
porque necesitaba incrementar en velocidad. Por ahora sólo tengo esas tres máquinas.
Cuando Doña
Doris se sienta a trabajar lo puede hacer desde las 7 de la mañana hasta las 11
de la noche. En su labor se le ve dedicada, es un oficio de nunca terminar. Comenta
que incluso puede llegar a trabajar durante 17 horas seguidas, debido a que
para ella es muy importante no tener que desbaratar ningún trabajo por estar
andando a las carreras. Por ese motivo le apuesta a trabajar despacio en cada
una de las prendas que a sus manos llegan.
En su casa
hay un lema con el cual ella apoya su ritmo de trabajo: “Bienvenido, aquí solo
trabaja gente amable, gente activa dispuesta siempre a servir, gente positiva
que sabe sonreír, que disfruta haciendo bien su trabajo, gente consciente del
valor de su tiempo y que no vive pendiente del reloj, gente infatigable. Así
somos aquí”.
Con esta
frase ella ratifica la idea de trabajar con calidad. Manifiesta que para ella
es muy importante que la gente no tenga prisa y que si se tienen que medir la
ropa tres o más veces no importa, para ella lo realmente importante es corregir
lo que al cliente no le gusta.
-
Yo corrijo las cosas con todo el amor del caso, el tiempo lo
tengo y la paciencia la tengo. Me encanta cuando la gente al final me dice eso
me gusto.
A Doris le
interesa mantener el cliente, dice que un usuario es cuando viene más de dos o
tres veces. Para eso ella trata de que cada comprador sea único y especial como
persona, siempre trata de ser formal y sonriente como buena llanera que es.
-
“El que está adentro se atiende y el que está afuera se
apea”, como dicen los llaneros.
Para esta
mujer las temporadas más altas son las escolares que están comprendidas entre
los meses de enero, febrero, marzo y abril, por la cantidad de uniformes que
debe hacer. Incluso, con el tiempo la gente del barrio se acerca donde ella para
arreglar detalles que se han dañado o para que les hagan pijamas u otra prenda.
En los
primeros meses ella invierte gran parte del dinero que le llega en telas de uno
y otro colegio para poder producir los uniformes a grandes escalas. Además, invierte
en escudos con el fin de evitar el paro de su producción en las temporadas
bajas por los escases de algún material.
Ella nunca
lleva cuentas de los gastos ni de los ingresos que su trabajo le deja a diario:
en la medida que va necesitando material va invirtiendo en el mismo.
Según ella,
en su trabajo lo más difícil es cuando se “tirá” las cosas, cuando de cortar se
trata, el corte de la sudadera, del pantalón o de la camisa es de lo más
complicado. Ese es el momento más importante para esta confeccionista porque si
corta por donde no es, provoca un daño que de alguna forma debe arreglar y
cuando no hay arreglo y no salen las cosas bien, eso le daña su trabajo y
prestigio.
- Otra de las cosas incómodas
de este trabajo es que uno vive en su casa y precisamente no hay horario. Usted
puede estar muy tranquilo en casa a las 8 a.m. y el cliente le puede llegar a
esa hora porque necesita una prenda para las 10 a.m. porque debe ir a trabajar
y necesita ese arreglo.
O uno sale y preciso llegan todos
los clientes y entonces empiezan a decir cosas como “usted no se la pasa en la
casa nunca”.
Eso es desagradable para uno. Últimamente yo les digo que al
igual que todos ellos yo debo mercar para mi casa, en últimas me toca darle
explicaciones a la gente de lo que aquí hago.
Aunque Doris
describe esas aspectos como los peores, incluso agrega que en ocasiones “la
gente es muy cochina y le lleva la ropa totalmente sucia y cagada”. Un caso de
esos fue el de un señor que una vez le llevó unos calzoncillos “cagados” y una
señora que le llevó una sudadera de igual forma a quien por vergüenza no dijo
nada.
A pesar de
todas estas cosas, Doris se siente muy feliz con su trabajo.
-
Como dijo alguien: “pregúntele a tal persona si sus clientes
son los vecinos, si sus clientes son ellos es porque eres muy buena. Si sus
clientes son de lejos y sus vecinos ni siquiera la voltean a ver, entonces es
malo”.
Me encanta que soy reconocida en el
barrio por el trabajo bien hecho y mi formalidad. Cuando la gente sale contenta
eso me satisface, eso es lo que yo quiero y poder verlas con el uniforme que yo
hice me da mucha alegría.
Para
Adriana Villamil, una joven de 19 años, estudiante de enfermería de tercer
semestre en la Universidad de Antioquia, el hecho de tener a su madre en casa
es bueno porque gracias a ella tienen el sustento con el que comen y pagan servicios.
Dice que el trabajo de su madre es muy duro:
-
Es un trabajo muy necesario para la gente y para nosotras.
En el barrio la ven no solo como la señora que arregla sino como alguien
amable, la gente lo dice, ellos la ven como una servidora pública. A mí, por
ejemplo, en el barrio no me conocen por quien soy, sino porque soy la hija de
la modista.
Según José
Álzate, un vecino de doña Doris, tener a alguien cerca de la casa que le fie a
la gente y a la que se le pueda pagar luego es súper importante. Dice que la
gente deja a veces todo para la última hora y necesitar un arreglo rápido y
poder pagar incluso mediante cuotas es muy necesario.
-
Una vez me iba a poner un jean y el cierre estaba malo. Si
ella no estuviera yo no sé qué hubiera hecho, no tenía plata y así nadie lo
atiende a uno.
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