El barbero cantautor



Él es Juan David Villa y sobresale como uno de los barberos más reconocidos de Medellín. Ejerce esta profesión desde hace once años pero eso no es todo, además se dedica a la música. Estos dos oficios han sido esenciales para salir adelante en los últimos años.

Por Jhordan Vahos


En el barrio Guayabal, ubicado en la ciudad de Medellín, se encuentra la barbería Imponentes, lugar donde Juan David Villa, barbero de algunos artistas de la ciudad y cantautor de reggaetón pasa la mayor parte de su tiempo.
Este joven de 27 años, de piel trigueña, ojos claros y brazos rodeados de tatuajes empezó desde los 16 años en el mundo de la barbería. Actualmente vive con el productor de los cantantes Rayo y Toby en una urbanización del mismo barrio donde tiene su negocio.

En la barbería hay un joven que cualquiera pensaría que es un cliente, pero en realidad es uno de los trabajadores de este lugar que necesita de los servicios de uno se sus compañeros.

Allí también se ven exhibidas diferentes prendas de vestir como camisetas, gorras y hasta relojes, que son vendidos en el lugar.

Colores como el blanco, el negro y el rojo ambientan el lugar, al igual que un televisor dispuesto para alrededor de casi cuarenta clientes que se atienden por día en esta barbería.

“En mi casa, trabajando con mis hermanos, mis primos y pelados del barrio donde yo vivía aprendí a ser barbero”, afirma Villa, mientras se sienta en unos pequeños bancos de madera en el exterior de su barbería.

En medio de la música que se escucha de fondo, Juan David relata su historia: desde muy joven empezó a trabajar en su casa en el sector de Robledo donde después, al tener su clientela, montó su primera barbería. “Ahí empecé a hacer mis clientes y a conseguir trabajadores, pero aún así, el negocio no dio mucho resultado”, manifiesta el joven.

Villa, luego de vender su barbería se trasladó a Guayabal, allí tuvo otras tres que luego fueron vendidas: “Ya estoy en ésta, que es la cuarta acá en Guayabal, de la cual soy dueño y donde tengo cuatro trabajadores”.

“Men, espérame un momento”- se para el barbero-  a contestar una llamada y a hablar con sus amigos por el chat BlackBerry.

El artista motila a los artistas

Desde hace aproximadamente dos años, a la barbería han estado asistiendo artistas como Pipe Calderón, Maluma, J Balvin y Golpe A Golpe, entre otros personajes de la música urbana local.

“En realidad a mi no me gusta motilar mucho a los artistas” aclara Villa, pues cuenta  que el trabajo de ellos es más complicado ya que requiere de más tiempo: “Mientras yo motilo a un artista, estoy motilando tres o cuatro clientes más”.

Cerca de la barbería hay un colegio en donde los estudiantes cada vez que ven a un artista importante donde Villa corren a conseguir un autógrafo del cantante que allí esté.

Imponentes maneja una tarjeta llamada “clientes VIP”, que es entregada a los artistas para obtener descuentos en los servicios.

La tarjeta cambia el valor del corte, pasa de 7.000 a 5.000 pesos. “Cuando se tiran rayas o dibujos en la cabeza, sí sale más caro el corte, por ahí 20.000”, explica Juan David.

Los barberos reciben propinas de algunos clientes, desde 1.000 hasta 50.000 pesos aproximadamente.

Rayas, rostros, tribales y hasta tableros de ajedrez, todo tipo de cortes particulares se hacen en la barbería. Aunque suene un poco raro y hasta cursi, hombres de diferentes edades solicitan estos diseños en sus cabezas para estar a la moda.

En su familia lo admiran mucho porque sale adelante con su reconocido negocio: “La vida sigue siendo igual, uno por eso no es más ni es menos, sigo siendo la misma persona”.

Villa tiene mucho trabajo entre la música yla barbería por lo que no tiene suficiente vida social. En sus ratos libres, al llegar a su apartamento, se dedica a grabar en el estudio que allí tiene.

Ha intentado muchas veces dejar la barbería para dedicarse más a la música, pero “ este cuento es algo duro y hay que esperar el golpe de suerte y seguir de la mano con las dos cosas”, dice, y agrega que la clave del éxito es perseverar.

Ha ganado dos campeonatos de barbería, uno en el Oriente antioqueño y otro a nivel nacional,demostrando así su habilidad con las tijeras y la barbera.
Esto ha ayudado en parte a que su negocio crezca y tenga tantos clientes como los que tiene en el momento. “Es una experiencia muy bacana saber que el trabajo de uno gustó más que los otros 70 u 80  concursantes”.

“HeyWilky, venga un momentico”,- dice Villa mientras atiende unos asuntos con el celular- llamando a uno de sus trabajadores para que hable sobre él y su trabajo.

Wilky es un barbero con 13 años de experiencia. Lleva un año enImponentes y ha motilado a diferentes artistas en Medellín y en Barranquilla.

“A los artistas les gusta el estilo y dejar lo bacano para su show de acuerdo a la ocasión, claro, por eso vienen a esta barbería”,dice Wilky, haciendo referencia a los cantantes de música urbana de la ciudad.

“Los últimos artistas que vinieron esta semana fueron Maluma y Alexander DJ”, concluyó Villa cuando terminó de hablar por su celular. Luego llegó un cliente para que Juan David lo atendiera, él se paró y empezó con lo que sabe hacer… la barbería.

La nostalgia, otro oficio de Evangelina



Con casi 76 años, Evangelina Cano todavía labora como trabajadora doméstica en la casa de una familia de abogados. Se encarga de cuidar  dos niños de 6 y 8 años, alimentarlos, organizarlos y llevarlos al colegio. Su vida es un ejemplo de valor y esfuerzo constante.

Por Geraldín Quintero Gallego
gquinte8@eafit.edu.co



Evangelina nació en 1934 en un hogar de escasas recursos económicos. Sus padres, María Raquel Osorno y Francisco Antonio Cano, no le pudieron ofrecer un buen nivel de educación, por lo cual no pudo aspirar a otra clase de empleos. A los 10 años abandonó sus estudios para cuidar de sus pequeños hermanos, mientras sus padres laboraban.

Su aspecto no revela el paso de los años, sus arrugas pertenecen más al cansancio que a la edad. La imagen que refleja es desconcertante, no se podría llegar a imaginar la valentía quetiene con sólo verla. Es una mujer luchadora, aferrada a la vida. Nunca manifiesta ánimos de perdedora.

Su historia, pocas veces contada, se escondía tras sus íntimos recuerdos. En esta ocasión, sin embargo, se atrevió a narrarla con detalles.

Con la voz entrecortada y un poco de tristeza en su mirada, comenzó a relatar sus vivencias. Se enfocaba más en las desdichas que en los deleites. Al hablar del “viejo rancho” construido por su madre, parecía evocar un pasado inmediato como si hubiera sido ayer. No evitó limpiarse algunas lágrimas y excusarse por el hecho. Se estaba enfrentando, nuevamente, a los recuerdos que le atormentaban.

“Cuando nací, mi madretrabajaba haciendo el aseo en Fabricato y mi padre era operario de una máquina en la misma empresa. Yo fui la mayor de mis cinco hermanos, en parte me tocó criarlos a todos.Diez años más tarde, mi mamá ya no tenía el mismo empleo, ella se dedicaba a lavar ropa por encargo en una quebradita que quedaba cerca al rancho”, dijo Evangelina en un tono melancólico, mientras apoyaba suavemente su cabeza en una de sus manos.

Su casa estaba ubicada en el barrio Mesa de Bello. Según cuenta Evangelina, no tenían allí cocina, baño ni lavadero, así que se veían obligados a ir constantemente a un pequeño río próximo a su barrio, en donde recogían leña, se bañaban y aseaban sus ropas.

“Mi mamá me dejaba encerrada en la casa con mis hermanitos y nos ponía la comidita en el suelo para que no nos fuéramos a quemar. La vez que no nos la dejó ahí, me quemé todo el cuerpo tratando alcanzarla del lugar donde estaba. Mis vecinos me auxiliaron pronto y me llevaron al Hospital San Vicente de Paul. Cuando ella llegó,no me encontró en la casa y le dieron la noticia del accidente. Recuerdo que me dijo que casi se muere al enterarse de esto”, contó pesarosamente antes de dirigirse a la cocina para traer un café.

Al llegar de la cocina puso su taza de café en el suelo yprosiguió con su relato, pero esta vez dijo que no se le tomaran más fotos. “¿En qué íbamos?... ah, sí. En lo de la quemadura. Por eso es que tengo algunas partes de la piel como si fueran manchas. Ese día tuve mucho miedo de morir, pero, gracias a Dios, las quemaduras no pasaron a mayores. Años más tarde, murieron mis padres: mi papá a los 50 años y mi mamá a los 81. Cuando eso, yo ya estaba casada y creo que hasta con hijos”.

El matrimonio fue un padecimiento constante para esta mujer. Dice no haber tenido paz durante los años que tuvo vínculos con su marido. “Yo me casé, simplemente, porque estaba enamorada. La sorpresa me la llevé después. La misma noche de bodas él me dijo: ‘date cuenta, culicagada, que  te acabás de casar con un marihuanero, y te vas a tener que acostumbrar a eso’. Esos años fueron terribles para mí. Ese hombre me maltrataba, me violaba, me ultrajaba todo el tiempo. Creo que la peor decisión que tomé fue haberlo elegido como mi marido”, aseguró de un modo grotesco.

“Durante todo ese tiempo, fui yo la encargada de llevar el sustento al hogar, porque la plata que él ganaba la invertía toda en vicio y trago. Todas esas circunstancias me obligaron a separarme de él, al cabo de once años”, agregó.

Comenzó a trabajar desde que se casó con su esposo, a los 14 años. Su primera labor fue vender morcilla y fritos en Fabricato. Más tarde se dedicó a lavar y planchar ropa en distintas casas de familia. Luego, trabajó como empleada de servicios varios, empleo que hasta el día de hoy ha conservado.

Tuvo seis hijos, de los cuales ya han muerto tres de manera violenta. Dice ella que la mayoría eran delincuentes y asesinos. Actualmente vive con uno de ellos, y frecuentemente tiene contacto con los otros dos.

Por un momento se levantó de su asiento para mostrar cada rincón de su casa, y mientras lo hacía dijo estas palabras: “esta casita ha sido el fruto de tantos años de esfuerzo y humillación. Gracias a mi hijo Antonio, le pude arrebatar a mi exmarido algo que me correspondía por derecho. El terreno donde está levantada es el mismo donde mi madre hizo el viejo ranchito, sólo que ya no estamos en el primer piso, sino en el segundo”.

El sector donde viven ha cambiado con el pasar del tiempo. Está sutilmente escondido en un callejón, rodeado de arbustos, ramas y de otras residencias. La fachada está pintada de color amarillo pálido, y el interior está colmado de reliquias religiosas, almanaques, fotos y estampillas. No hay espacio en las paredes para un adorno más. La casa contiende dos habitaciones, una cocina sin revocar, una sala de estar y dos puertas que dan vista a diferentes calles.

Esta nana aún labora en su oficio habitual. Durante el tiempo que ha trabajado ha sufrido situaciones adversas, ha soportado el  hambre, las humillaciones y los desprecios. Se le ha juzgado por los actos de sus hijos y hasta se le ha injuriado por ello.

Ante estas circunstancias ella dice: “no me siento avergonzada del oficio que me ofreció la vida. No tengo porqué intimidarme con los comentarios que se me hacer acerca de mis hijos. Yo los eduqué en un hogar digno, en un ambiente sano. Ellos se corrompieron porque quisieron, no por el ejemplo que yo les haya dado. El papá hacía mucho tiempo que se había separado de mí, así que no alcanzaron a imitarlo. Yo lamenté mucho lo que les sucedió pero, al fin y al cabo, fueron ellos mismos los que se lo buscaron. Por esa razón no me siento menos que nadie. Yo no soy la única mujer que ha sufrido con sus hijos. Con respecto a mi trabajo, pienso que no es ninguna deshonra, antes bien, por él es que he conseguido lo que tengo”.

Hoy en día, Evangelina dice estar pasando por el mejor momento de su vida, ya que tiene un hogar, un hijo que la valora y la esperanza de recibir, posiblemente, una parte de la pensión de su ex esposo.

“Hablar de estas cosas me causas gran melancolía. Sin embargo, podría decir que mi vejez ha sido un poco más llevadera que el resto de mis años”, comentó.

Finalmente, se considera que una mujer muy esforzada y trabajadora. Estáagradecida con Dios, porque le ha permitido estar viva hasta este día y, de una u otra manera, la ha sustentado, la ha moldeado y le ha dado valiosas lecciones a través de la experiencia.

Confiando en la comuna: historia de un comerciante



Con los ahorros de tres años, Carlos Andrés Peláez se fue a España buscando un mejor futuro. Hoy, luego de que la vida en el viejo continente no le sonriera, este paisa recorre las comunas marginadas de Medellín para sobrevivir.

Por Sebastián Peláez Campillo


Carlos Andrés Peláez en el estadio Santiago Bernabéu, de España. / Foto cortesía

Cuando termina de comer su banano acompañado de un yogur de mora, toma su moto color negro y la saca de su casa, encendiéndola para que se caliente mientras sube a cepillarse los dientes.

“Yo lo que quiero es forjar mi futuro en esta empresa”, afirma Carlos Andrés, empleado del área comercial de Bancolombia, mientras se pone su chaqueta azul, fiel acompañante a la hora de enfrentar las frías madrugadas en la ciudad de Medellín.

A sus 36 añosde edad, este contador público con 15 años de experiencia en el área de atención al cliente, amante de los juegos de video y las paellas, labra su vida escalando a diario las comunas marginadas del área metropolitana.
Llega a su oficina y, como es costumbre, organiza su reblujo del día anterior; se asoma por la ventana, suspira y dice mirando hacia la montaña: “Allá arriba me espera un día más lleno de trabajo y nuevas experiencias”.

Después de una charla en su oficina, toma un lapicero, su libreta de apuntes y con cierta picardía dice: “Vamos pa’ la moto que esto se dejó venir”. Luego sale de allí, se despide de las secretarias mientras se pone su casco, agarra su moto y emprendemos el viaje hacia las laderas del Nororiente de la ciudad.

Nos dirigimos al barrio Santo Domingo y mientras termina de realizar un crédito con la dueña de un restaurante, me quedo comiendo un pastelal que cordialmente me ha invitado. Al concluir su trabajo, me dice con tono burlesco: “¡Coronamos!”.

Ese hombre tiene el típico perfil de un paisa: a todo le quiere hacer negocio; esa es, precisamente, una de las cosas que hace fácil su trabajo. Además, cuenta con un sexto sentido o, como se dice aquí, la malicia indígena para hacer dinero.

Es en esa mesa del restaurante donde aquel hombre, con cierta tristeza, relata historias de su pasado, acepta sus errores, expresa con gran entusiasmo sus experiencias vividas y afirma sus ganas de seguir adelante.

A la salida del negocio vemos a unos tipos en unas motos; Carlos me dice que lo espere porque estos le parecen un poco extraños. Él se dirige hacia ellos para enseñarles su carné como prueba de su trabajo en aquel sector, ya que en esa zona las personas que no demuestren que allí trabajan, tienen problemas con ese tipo de gente.

Un grave error

Desde 2008, Carlos se dedica al oficio de comerciante en el área de medianas y pequeñas empresas en el Grupo Bancolombia a causa, según él, de una mala decisión tomada en el 2004, cuando vio como alternativa de progreso el viajar a España en compañía de su madre a buscar “el empleo ideal”.

Tras su llegada a ese país, montó un café internet con un socio colombiano que conoció en ese lugar. Luego de seis meses de trabajo, en una tarde de marzo, ocurrió lo inesperado: un grupo de seis amenazantes colombianos allanaron su negocio, imponiendo su poder con las armas. Carlos, decepcionado por lo ocurrido, no vio más alternativa que regresar a Colombia tras perder sus ahorros y sus esperanzas.

Al sumarse a la inmensa lista de colombianos que pierden sus sueños en tierras extranjeras y sin trabajo, pero con ganas de salir adelante, Carlos decidió vender empanadas con su madre, mientras conseguía trabajo mostrando su título como contador público.

“Fue el peor año que pude haber vivido. Yo me fui pa’ allá con los ahorros que había hecho durante tres años, con la ilusión que me iba a ir mejor de lo que me estaba yendo aquí”. Estos recuerdos hacen que él valore su trabajo, el cual tardó un año en conseguir.

Sin frenos

A las 6:30 p.m.Carlos termina un día más como comerciante en las alturas del nororiente de Medellín. Tiene mal genio y se ve agotado. Sin embargo, cuando me ve, dibuja una sonrisa en su rostro, manifiesta su amabilidad y con un tono amable me dice: “Vamos”.

Se abrocha su casco, se monta en su moto y comenzamos nuestro descensopor las empinadas lomas. Para hacerlo más ameno, me cuenta que tuvo problemas con una señora de una peluquería porque ella es muy mala paga y se le estaba escondiendo.

De un momento a otro se queda callado y lo noto preocupado. Su rostro está pálido; me mira y me dice: “Nos quedamos sin frenos o esta maricada se dañó…”

En ese momento, nuestra mejor reacción fue poner los pies en el pavimento. Afortunadamente íbamos relativamente despacio y el piso estaba seco. Él alcanzó a voltear en una esquina y paró la moto.

Tras escuchar y vivir todas y cada una de las situaciones que Carlos experimenta duranteun día, dice en tono de moraleja: “Mucha gente no valora su oficio, los quisiera ver sin trabajo…”

“A cada persona le toca ganarse la vida de diferentes maneras; esta fue la que me tocó a mí. Lo único que puedo hacer es gozar, aprovechar y vivir agradecido con la que me tocó”. Y añade: “Esto me sirve para valorar la vida”.

“Dios vive en mí”


Tras sufrir en carne propia el flagelo del secuestro, el sacerdote Carlos Yepes se dedica a “raptar almas” para Dios, en una iglesia del centro de Medellín.

Por Sara Alejandra Álvarez Arboleda


Carlos Yepes trabaja también en el  canal Televida Internacional y en la capellanía de la Gobernación de Antioquia. / Foto tomada de: gloria.tv


Con el carisma y la ternura por la que tanto se ha caracterizado a lo largo de sus 18 años de sacerdocio, y a pesar del calor sofocante del mediodía, luego de consagrar un templo repleto de feligreses al Corazón de Jesús, Carlos Yepes estaba dispuesto a atender una persona más.

Después de oficiar la misa de las 12 del día, una de las más concurridas por ser la del primer viernes del mes, este sacerdote, uno muy queridos por lacomunidad católica de la ciudad, concedió la entrevista.

Carlos Yepes es el párroco de la iglesia del Corazón de Jesús, un patrimonio cultural escondido entre la grasa de los talleres de mecánica del sector que lleva el mismo nombre, las caras sucias de los habitantes de la calle y el ruido ensordecedor de los carros, buses y camiones que transitan a diario por el centro de la ciudad.

Gracias a su particular personalidad ha logrado ganarse el cariño de muchas personas y tocar el corazón de otras con conferencias, programas de televisión y peregrinaciones a los lugares más representativos de su religión: Tierra Santa, México y algunos países de Europa.

Víctima del secuestro en el año 2002 y compañero de cautiverio del exgobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y el exministro de Defensa, Gilberto Echeverry (ambos asesinados por sus captores, guerrilleros de las Farc), es un hombre consagrado a la Iglesia y al ministerio del sacerdocio.

“El sacerdote no es un cajero automático”


Ante la imposibilidad de limitarse al significado en una sola palabra, se define en como “un hombre amado por Dios”. Según él, ha visto el amor de Dios en todos los ámbitos de su vida y una muestra de ello es lo mucho que le ha permitido llegar a otras personas.

Carlos se considera un hombre simple, sin extravagancias. “Lo único que se podría decir que es una extravagancia en mí es que tengo que dormir con un pañuelo en los ojos porque me molesta mucho la luz”, señala.

“Las personas no entienden que el sacerdote es un ser humano, no una máquina. En una ocasión, una persona que llamó a mi casa desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche, y mi hermana, que es un poco templadita, le dijo que yo no era un cajero automático. Y es la verdad, el sacerdote no es un cajero que está disponible las 24 horas”, cuenta para ejemplificar en qué ocasiones miente.
Las personas allegadas a Carlos afirman que es un hombre lleno de misericordia. “El padre es un hombre lleno de amor, él siempre está dispuesto a dar amor”, expresa un hombre que lo acompañaba al momento de la entrevista.

Sus días de secuestro


Mientras juega con sus dedos y una pequeña bola de icopor en el comedor de la casa cural, que tiene como punto focal de la decoración una enorme pecera, llena de pequeños peces morados, el sacerdote reflexiona sobre su secuestro y expresa que lo más difícil de estar allí fue perder su autonomía y saber que estaba, por primera vez, tan cerca de la muerte.

“Durante las primeras horas del secuestro nos advirtieron que en caso de un intento de rescate nos mataban. Yo le pregunté a un muchacho del frente 34 de las Farc si él era capaz de matarme y él me dijo, sin pensarlo, que sí. Le pregunté qué le había hecho yo y él me dijo: ‘nada pero cumplo órdenes’.”

“Cuando uno quiere ir al baño lo acompaña un guerrillero con un fusil, uno les dice: ‘pero voy a orinar’, ellos responden: ‘orine’ y a uno le toca orinar con ellos al frente”, relata.

Misericordioso es tal vez la palabra que mejor lo define. No guarda ningún tipo de rencor ni resentimiento contra las personas que lo secuestraron. Para él son jóvenes que estaban equivocados y que tal vez perdidos en el devenir del dinero, manifiestan su poder tras un fusil que los hace sentir “semidioses” e invencibles ante cualquier circunstancia.

Sus palabras, siempre cargadas de amor a su familia, dibujan el sufrimiento de muchas familias colombianas que han vivido en carne propia la privación de un ser querido. Familias que para los demás son extrañas, pero que para él son el común denominador de la situación actual del país.

“Mi familia recibió la noticia de mi secuestro con dolor y asombro. Uno siempre cree que el que va a caer en una cárcel es el otro, que al que van a matar es al otro, que al que van a secuestrar es al otro…Y cuando esto toca la familia de uno se da cuenta de que la vida no es tan fácil”, afirma.

Amor y más amor…


“Después del secuestro mi vida cambio enormemente. Lo que más me dolía era morirme porque no le quería causar ese dolor a mis padres. La ley natural de la vida es que los hijos entierren a los padres y no al revés”.

Carlos Yepes, un hombre que no renunciaría nunca a su vocación de sacerdote y que si volviera a nacer escogería esa profesión. Un hombre que en su juventud fue estudiante de Derecho, expulsado de la universidad por ser uno de los más “revolucionarios”, hoy se arrepiente de no haber hecho más cosas: haber estudiado más, haber hecho más por las personas.

Un sacerdote de fe, lleno de amor para quienes más lo necesitan, ha demostrado su entrega y compromiso con su ministerio de diversas maneras.

En el ir y venir de sus calles cargadas de miseria habitan los excluidos de la sociedad, “los desechables”, como algunos prefieren llamarlos; ellos son los que verdaderamente han sentido el amor y la misericordia de Yepes.

Amor y más amor es lo que inspira este hombre de 48 años a todas las personas que tienen el gusto de hablar con él. La devoción de sus feligreses y el cariño que se ha ganado en las personas que con él trabajan fueron los causantes de tres interrupciones a la entrevista, durante la cual bendijo y agradeció a varias personas por su labor en la parroquia.

Una multitud espera afuera a Carlos, sedienta de encontrar a Dios por medio de su voz en la eucaristía de las 4 de la tarde. Esperan a un hombre con una ‘Misión Divina’ en esta tierra, con la esperanza de llegar a Dios con “las manos llenas”, con la esperanza de vivir en una Colombia donde el secuestro no sea la forma de dominación y opresión política predominante.

Esperan a un hombre que sabe que la felicidad no está en el dinero ni en el egoísmo, un hombre que encontró la felicidad cuando escucho la frase “Dios vive en mí”.


“El que está adentro se atiende y el que está afuera se apea”



Por Jonathan Alexander Escobar Arboleda


En Manrique, entre hilos y agujas, vive Doris Villamil Téllez, una confeccionista de 44 años de edad que lleva 12 años trabajando en el sector haciendo uniformes para varios colegios, cosas que la gente le encarga y pijamas para su familia y sus hijas.

Son las 10 de la mañana y doña Doris, como se le reconoce en el sector, abre la puerta de su casa ubicada en el barrio San Pablo. Con una sonrisa que deja vislumbrar la blancura de sus dientes, ofrece un abrazo e invita a pasar dentro de su casa, aquel sitio que se convirtió durante 12 años en su lugar de trabajo.

En las paredes hay algunas repisas con cientos de contenedores de botones, agujas, cierres y pedazos de tela que son utilizados durante el proceso de producción y mejora de algunas de las prendas que doña Doris trabaja. Dichos contenedores se convierten en exóticos adornos que cubren la habitación.

Los colores, la variedad de formas y de texturas que se pueden observar en las paredes hacen de estas un fantástico collage que entretiene la vista de quien visita este lugar tan particular.

Doña Doris, una Llanera que llegó a vivir a Medellín hace algunos años, comenzó a trabajar en el negocio no por vocación sino por necesidad, al quedarse viuda, con sus dos hijas, Doris y María Elena. Sin saber hacer nada decidió que debía trabajar dentro de su casa.

Por eso, ella entró a un curso de modistería en 1999 que se dictó en el barrio y que le costó en aquella época $120.000. Este curso, que tenía una intensidad de solo dos horas los sábados, duró aproximadamente dos meses.

Comenta Doris que en el curso se dictaban por lo menos de cuatro a cinco prendas que la gente debía aprender a confeccionar y que el profesor explicaba muy poco sobre los procesos que debían hacerse. Ella llegaba a su casa e intentaba practicar lo aprendido en clase pero no era capaz, pues no poseía las máquinas necesarias que ayudaban en el proceso de confección de un prenda.

-       La primera máquina que compré fue una Singer casera. Para mí la meta era hacerme cinco mil pesos diarios, pues con esa cifra yo sentía que estaría hecha. Además, lo más importante en aquellos tiempos era cocerle la ropa a mis niñas.

La Singer duró conmigo tres años pero la ropa quedaba muy fea con eso y la gente empezó a notar que la ropa se veía como mal, entonces conseguí luego una máquina suiza, pero las confecciones crecieron más y más y la maquina era muy lenta, entonces tuve que comprar la máquina plana industrial porque necesitaba incrementar en velocidad. Por ahora sólo tengo esas tres máquinas.

Cuando Doña Doris se sienta a trabajar lo puede hacer desde las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche. En su labor se le ve dedicada, es un oficio de nunca terminar. Comenta que incluso puede llegar a trabajar durante 17 horas seguidas, debido a que para ella es muy importante no tener que desbaratar ningún trabajo por estar andando a las carreras. Por ese motivo le apuesta a trabajar despacio en cada una de las prendas que a sus manos llegan.

En su casa hay un lema con el cual ella apoya su ritmo de trabajo: “Bienvenido, aquí solo trabaja gente amable, gente activa dispuesta siempre a servir, gente positiva que sabe sonreír, que disfruta haciendo bien su trabajo, gente consciente del valor de su tiempo y que no vive pendiente del reloj, gente infatigable. Así somos aquí”.

Con esta frase ella ratifica la idea de trabajar con calidad. Manifiesta que para ella es muy importante que la gente no tenga prisa y que si se tienen que medir la ropa tres o más veces no importa, para ella lo realmente importante es corregir lo que al cliente no le gusta.

-       Yo corrijo las cosas con todo el amor del caso, el tiempo lo tengo y la paciencia la tengo. Me encanta cuando la gente al final me dice eso me gusto.

A Doris le interesa mantener el cliente, dice que un usuario es cuando viene más de dos o tres veces. Para eso ella trata de que cada comprador sea único y especial como persona, siempre trata de ser formal y sonriente como buena llanera que es.

-       “El que está adentro se atiende y el que está afuera se apea”, como dicen los llaneros.

Para esta mujer las temporadas más altas son las escolares que están comprendidas entre los meses de enero, febrero, marzo y abril, por la cantidad de uniformes que debe hacer. Incluso, con el tiempo la gente del barrio se acerca donde ella para arreglar detalles que se han dañado o para que les hagan pijamas u otra prenda.

En los primeros meses ella invierte gran parte del dinero que le llega en telas de uno y otro colegio para poder producir los uniformes a grandes escalas. Además, invierte en escudos con el fin de evitar el paro de su producción en las temporadas bajas por los escases de algún material.

Ella nunca lleva cuentas de los gastos ni de los ingresos que su trabajo le deja a diario: en la medida que va necesitando material va invirtiendo en el mismo.

Según ella, en su trabajo lo más difícil es cuando se “tirá” las cosas, cuando de cortar se trata, el corte de la sudadera, del pantalón o de la camisa es de lo más complicado. Ese es el momento más importante para esta confeccionista porque si corta por donde no es, provoca un daño que de alguna forma debe arreglar y cuando no hay arreglo y no salen las cosas bien, eso le daña su trabajo y prestigio.

-       Otra de las cosas incómodas de este trabajo es que uno vive en su casa y precisamente no hay horario. Usted puede estar muy tranquilo en casa a las 8 a.m. y el cliente le puede llegar a esa hora porque necesita una prenda para las 10 a.m. porque debe ir a trabajar y necesita ese arreglo.
O uno sale y preciso llegan todos los clientes y entonces empiezan a decir cosas como “usted no se la pasa en la casa nunca”.
Eso es desagradable para uno. Últimamente yo les digo que al igual que todos ellos yo debo mercar para mi casa, en últimas me toca darle explicaciones a la gente de lo que aquí hago.

Aunque Doris describe esas aspectos como los peores, incluso agrega que en ocasiones “la gente es muy cochina y le lleva la ropa totalmente sucia y cagada”. Un caso de esos fue el de un señor que una vez le llevó unos calzoncillos “cagados” y una señora que le llevó una sudadera de igual forma a quien por vergüenza no dijo nada.

A pesar de todas estas cosas, Doris se siente muy feliz con su trabajo.

-       Como dijo alguien: “pregúntele a tal persona si sus clientes son los vecinos, si sus clientes son ellos es porque eres muy buena. Si sus clientes son de lejos y sus vecinos ni siquiera la voltean a ver, entonces es malo”.
Me encanta que soy reconocida en el barrio por el trabajo bien hecho y mi formalidad. Cuando la gente sale contenta eso me satisface, eso es lo que yo quiero y poder verlas con el uniforme que yo hice me da mucha alegría.

Para Adriana Villamil, una joven de 19 años, estudiante de enfermería de tercer semestre en la Universidad de Antioquia, el hecho de tener a su madre en casa es bueno porque gracias a ella tienen el sustento con el que comen y pagan servicios. Dice que el trabajo de su madre es muy duro:

-       Es un trabajo muy necesario para la gente y para nosotras. En el barrio la ven no solo como la señora que arregla sino como alguien amable, la gente lo dice, ellos la ven como una servidora pública. A mí, por ejemplo, en el barrio no me conocen por quien soy, sino porque soy la hija de la modista.

Según José Álzate, un vecino de doña Doris, tener a alguien cerca de la casa que le fie a la gente y a la que se le pueda pagar luego es súper importante. Dice que la gente deja a veces todo para la última hora y necesitar un arreglo rápido y poder pagar incluso mediante cuotas es muy necesario.

-       Una vez me iba a poner un jean y el cierre estaba malo. Si ella no estuviera yo no sé qué hubiera hecho, no tenía plata y así nadie lo atiende a uno.